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miércoles, 13 de junio de 2012

1950: El Médano "Contra viento y marea"

Lejos se pierde en la historia un tiempo en el que no eran los surfistas sino los delfines los que surcaban las olas de la comarca del viento. Donde no eran los edificios sino los tarajales los que acosaban a las dunas y donde la única invasión del terreno era la de las mareas vivas que traía la Luna.

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En tiempos en los que la atención se fija en las anunciadas consecuencias de la construcción del Puerto Industrial de Granadilla conviene recordar el maltrato al que se ha sometido históricamente al ámbito de la Montaña Roja. Un maltrato que va desde el erróneo emplazamiento de los núcleos urbanos de El Médano y La Tejita, construidos sobre zonas arenosas e impidiendo la circulación libre de la arena, continuando con la extracción de áridos en la base de la montaña durante la construcción del Aeropuerto Tenerife Sur, siguiendo con la degradación de la flora y fauna asociada a los antiguos aprovechamientos agrícolas, con el trazado de carreteras innecesarias, con la llegada de basuras y residuos carburantes a las playas, con la recalificación de antiguos terrenos agrícolas en urbanizaciones en primera línea de playa y con otros atentados ecológicos de menor envergadura. Todo ello unido a la inexistencia de una gestión adecuada y enfocada a preservar la salud de la zona calificada como Reserva Natural Especial y donde lejos de luchar por regenerar las zonas degradadas pero aún libres de edificaciones y ampliar así la zona protegida parece que interesa abandonar el “Espacio Protegido” a su suerte. Todo un cúmulo de despropósitos que culminará con la destrucción de los sebadales que gestaron el origen de tan singular paisaje.
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Montaña Roja (2009)

Tras un teatral y apocalíptico nacimiento, siempre plagado de dramatismo, pomposidad y demostración de fuerza, el joven volcán acabó, al igual que todos sus predecesores, dejándose embelesar por la frescura de unos alisios que enfriaban con susurros su acalorado cuerpo. Sin prisa pero sin pausa, durante siglos, el persistente viento oxidaba y enrojecía las rocas de sus laderas extinguiendo todo resquicio ardiente de sus pedregosas faldas y esparciendo, cual alfombra de dunas, la arena que llegaba con cada marea. Las incansables olas, por su parte, se encargaban de esculpir vertiginosos acantilados en su fachada meridional mientras que las esporádicas lluvias torrenciales trazaban las primeras arrugas en las pronunciadas pendientes, sembrando con ello los embriones de la recolonización vegetal. Con los adelantados líquenes llegaron los insectos y en su caza las aves, que se alimentaron además de los frutos de las primitivas plantas y esparcieron aún más toda clase de semillas de vida.













Edificaciones sobre la playa (2010) - Jean-Michel BAUD

Hacía bastantes milenios que el volcán, convertido ya en elegante Montaña Roja, observaba como las tierras que se extendían a sus pies iban transfigurándose a la vez que su propio cuerpo. Altiva la montaña se regocijaba al comprobar que su vestido de arenas se extendía imparable más allá de los extremos de sus dos bahías, creando un genuino paisaje y ecosistema costero del cual era protagonista indiscutible. Fue en ese instante cuando los primeros pobladores se pasearon por sus playas y escalaron por sus laderas con primitivas lanzas de madera, unos humanos que la veneraban y rodeaban a nado durante la celebración de los Juegos Beñesmeres. Unos primitivos guanches adaptados al medio que escondían amuletos y vasijas en sus cuevas y que inundaban con ganado los pastos invernales que brotaban a los pies de la montaña. Unos habitantes que ya gozaban del apego de la montaña cuando perecieron a manos de otros humanos llegados por mar.









El Médano (años 70) - T. Sánchez Araña                         El Médano (2007)

Con la conquista, arribó a la isla el gen de la explotación salvaje de los recursos naturales y, aunque ni el “Monte-Rosso” ni sus cercanos alrededores fueron un objetivo directo de las primeras oleadas de deterioro natural, la montaña pudo observar como en siglos posteriores estos depredadores mucho más adiestrados y transformadores iban asentándose paulatinamente en el extremo opuesto de una de sus bahías, cual célula cancerígena disfrazada de inofensivo poblado marinero. Desde allí multiplicaban lentamente sus moradas de cemento pues, al contrarío que los tribales humanos anteriores, estos no encontraban suficientemente confortables las cuevas de la zona. Hombres, mujeres y niños que roturaban cada vez más el terreno para desarrollar sus cultivos y que llegaron incluso a deshacerse de los centenarios cardones que, con mucho acierto, la prodigiosa naturaleza había colocado al pie de la montaña.









   Edificaciones sobre la arena (1960)                                 Crecimiento urbano (2011)
                  T. Sánchez Araña                                                                          Antonio Márquez

Rondaba el año 1950 cuando el desconfiado cerro se percató de que unos nuevos humanos, mucho más sofisticados y rubios, comenzaban a bañarse en sus playas y a ascender por el camino que había sido trazado para alcanzar su cima. Fue en ese instante cuando la montaña levantó nuevamente la vista y se aterrorizó al ver como una avalancha de cemento se acercaba decididamente desde el ya no tan inofensivo poblado, cuando se estremeció al sentir como una carretera y un aeródromo amputaban sus pies, cuando se sobrecogió al advertir que camiones y palas mutilaban y robaban parte de su milenario manto de arenas, cuando se desesperó al ver como heridas de cemento y plástico florecían a lo largo y ancho de lo que fuese su reino del viento.












                   Punta del Médano (1960)                                             Punta del Médano (2011)
                             T. Sánchez Araña                                                                Antonio Márquez

Esperaba ya la malherida montaña su estocada mortal cuando se sorprendió al ver como esos codiciosos humanos que tanto daño le habían causado decidían mantenerla con vida, cuando colocaron señales y paneles exaltando los valores de su maltrecho patrimonio, cuando señalaron una parte de su moribundo ecosistema como la Reserva Natural Especial que debía salvarse del genocidio. Incrédula, la montaña observaba como se estudiaban sus arenas, animales, plantas y simitas, como se delimitaban caminos para evitar que la malograda salud de sus tierras no empeorase, como se vendían unas medidas que, lejos de devolverle la grandiosidad que le había sido arrebatada, perpetuaban la angustia de una montaña que seguía viendo como más allá de esa inventada frontera sus tierras seguían pereciendo bajo el cemento de las nuevas urbes.












Edificaciones sobre la arena (1960)                                 Crecimiento urbano (2011)
                  T. Sánchez Araña                                                                          Antonio Márquez

Hoy aún surcan las aves su cielo mientras corretea la arena en las dunas, incluso juegan los peces con las olas y las rocas con la espuma. Sobrevive la vida pero ya no abruma, resiste la montaña pero el rencor la ahúma. Nada importa ya en el reino del viento, ni siquiera sus transparentes aguas, el sol o su aliento, tampoco las nubes, las sebas o los argumentos. Nada importa ya pues hoy la Montaña Roja ha recibido la sentencia de muerte de su ecosistema costero, así se lo ha susurrado el viento del norte después de sobrevolar los cimientos de un controvertido puerto, así se lo ha gritado el mar con sus sucias mareas de alquitrán y progreso.











 
Aglomeración urbana que impide la libre circulación de la arena (2011) 

Resignada y temblorosa la montaña sigue intentando enamorar con sus paisajes a los humanos que se acercan a sus tierras, sabe que muchos de ellos defienden su conservación con ahínco pero también que para otros no es más que un terreno muerto y baldío, a pesar de que desde su cima la razón se aclara y el corazón late con brío. Añora sus tiempos de volcán cuando nadie hubiera subestimado su autoridad, cuando hubiera arrojado lava y bombas ardientes para combatir la deslealtad. Nada queda ya de aquel cuerpo ardiente, de aquel escandaloso estallido, nada o tan sólo el amor a un paisaje que sigue muriendo cada día más allá del hipócrita “Paraje Protegido”.

ÁMBITO
Costa
PERÍODO
1950-2012
ESTADO
Irreversible
DESTRUCCIÓN (aprox.)
2,42 km²

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